Pintura, Vicente Romero
Un poema
viajero en los labios,
que cruza
en el silbido melodioso
de la
caída del estío de los canarios salvajes.
Camino de
puntillas, me permito soñar
en un
frasco de sales, en las burbujas
de un
arroyo o en las farolas que encienden
lentamente
entre los pliegues de tu carne
y los
castaños doraros de un bosque.
El
caballero sin sombra se arrodilla
ante las
palomas mensajeras de tus besos,
que
entran por las ventanas abiertas
del mirar
de tus pasos.
Silencios
quietos.
El músico enredado
en las
cuerdas de su instrumento
se
desliza por las lámparas de rocío,
deshace
los nudos del amor y del viento
que sopla
en dirección transparente,
como las
palmas de las manos blancas,
como el
mármol cálido del latido
de unas
pestañas.
La espesa
niebla que sube de la tierra,
abre los
labios y besa la rama del árbol
del coral
rojo de la sien de tu cabeza,
el metal
florece en el cabello de fuego
de la
noche negra transformando
en
cristal azul las piedras
de los
veinte dedos de tus manos
agarrando
por el talle al reloj de arena
enganchado
al tac de la melodía de tus labios,
con
dientes de huellas, con lengua de ámbar,
un grillo
canta, me guiña la inteligencia.
La
escalera ramifica cada peldaño de tu aliento,
la flor
blanca brota del pozo de los espejos,
la mujer
de nalgas de primavera
y sexo de
lirio rojo, espera.
Las
fuentes no dicen nada
y el agua
quedó sin voz
en su
primer cuarto creciente.
¿No me
reconoces...?
soy la
misma que salta la cuerda
y en
caída libre, despierta.
Las
gargantas oscurecidas
en el ocaso de un sol
entre dos
montañas,
no hablan.
© Rafi Guerra
Derechos registrados de autor
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